Crónica de un cambio no pedido
Yo, mujer de 34 años, mamá, profesional. He aprendido a moverme entre las exigencias del trabajo y las exigencias de la vida sin perderme del todo en el intento. Cuando encontré este trabajo sentí que por fin se alineaban los planetas: modalidad híbrida, solo un día en oficina, clientes con los que daba gusto trabajar, proyectos que me hacían vibrar. Venía de un empleo donde todo era presencial, donde la maternidad se volvía una carrera de obstáculos. Aquí podía ser mamá y profesional sin culpa, sin drama, sin sentir que debía elegir. Era un equilibrio hermoso.
Hasta que, hace unos meses, algo cambió. Me propusieron un nuevo desafío: un cliente que necesitaba a alguien con experiencia, con seniority. No me explicaron del todo en qué consistía, solo que sería exclusiva para esa marca y que por eso debía dejar las otras cuentas que tanto disfrutaba. Acepté. Porque a veces creemos que crecer es decir que sí.
Con el tiempo entendí que ese “desafío” venía cargado de más trabajo, más presión y menos claridad. Empecé a hacer tareas que no me correspondían, a cubrir espacios vacíos de otras áreas, a cargar responsabilidades ajenas. Todo bajo la misma promesa de crecimiento, pero con el mismo sueldo y menos disfrute. Y con un cliente que no entendía de horarios, que ponía reuniones en mi hora de almuerzo, que escribía por WhatsApp a cualquier hora del día.
Reclamé. Pedí respeto, orden, límites.
Hasta que hace unos días llegó una nueva estructura. Células de trabajo, nuevas categorías, nuevas etiquetas. Y ahí me encontré: “mid”. Ya no “senior”, ya no exclusiva. Bajo el liderazgo de un compañero encantador, sí, pero con un título que borra lo que construí. Y, de paso, con la contradicción de quienes alguna vez dijeron que mi experiencia era necesaria.
Hoy sigo, procesando. Pensando en lo que significa realmente tener experiencia. En cuánto se puede sostener sin quebrarse. En cómo a veces crecer profesionalmente se parece demasiado a retroceder.
Me mantengo porque una es mamá, y necesita. Pero también sé lo que valgo. Y aunque todavía no me haya ido, sé que me queda poco tiempo aquí. Lo lamento por las amistades que hice, por el equipo que vi formarse, por todos los que llegaron después de mí. Pero a veces, cuando no te ven, lo mejor que puedes hacer es empezar a verte tú misma.