La novia de mi jefe logró que me despidieran
En 2021 me diagnosticaron una enfermedad crónica que cambió por completo mi manera de trabajar y de vivir. Aprendí que mi cuerpo tiene límites que no siempre puedo controlar: hay días en los que puedo rendir con energía y otros en los que el cansancio, las náuseas o los dolores me obligan a parar. Por eso, desde entonces busqué empleos con horarios más flexibles, donde pudiera equilibrar mis tratamientos coanciotrabajo.
Desde muy joven trabajé en distintos oficios, formales e informales. Vengo de un contexto precario y aprendí a sostenerme sola desde los 13 años. Mientras estudiaba mi carrera también trabajaba para cubrir mis gastos y sostener mis estudios, y eso me enseñó a valorar cada espacio en el que he estado. Haber conocido el país desde la educación —como consultora, docente o formadora en zonas rurales— me marcó profundamente. Para mí, la educación se convirtió en una piedra angular: todo puede ser comprendido, narrado o transformado desde ella.
Entre 2021 y 2023 trabajé en zona rural, y aunque fue una experiencia valiosa, me agotó mucho. Tenía insomnio, cambios de peso y las rutinas largas empeoraban mis síntomas hormonales. En medio de todo eso conocí a una persona que era dueña de un espacio de comidas y que, al saber que me gustaba el diseño y el marketing, me pidió apoyo para crear material publicitario. Siempre me interesó la educación y la literatura, pero el bruscosdiseño y la comunicación se convirtieron en otra forma de expresar eso.
En 2024 me ofreció un puesto de trabajo virtual y por fin sentí que podía equilibrar salud y desarrollo profesional. Sin embargo, en 2025 me propuso algo más estable: administrar una nueva sucursal de su negocio y encargarme del marketing y las relaciones públicas. Sonaba como el paso que necesitaba, así que acepté. Acordamos un horario razonable y un sueldo justo, pero nada fue como se planteó. El capital que había prometido para contratar más personal nunca llegó, y terminé haciendo de todo: atención al cliente, caja, bebidas, limpieza, publicidad y diseño. A veces trabajaba doce horas seguidas, incluso en mis descansos, sin socializar ni ver a mis amistades porque el cuerpo no me daba más. Él sabía de mi condición antes de contratarme, sabía que mi energía no era constante, pero igual me exigía resultados como si lo fuera.
En mayo hubo una fiesta regional y me invitó junto con el resto del equipo, pero cuando llegué solo estaban él y su pareja. El lugar era en la misma zona rural donde yo había trabajado antes, más próspera, donde recién se había abierto la sucursal. Durante la reunión, él bebió demasiado. En un momento se acercó, me felicitó por mi trabajo y puso sus manos sobre mi cabeza, como cuando se felicita a alguien con un gesto torpe y paternalista. Yo había puesto mi brazo para mantener distancia y él se alejó. No pasó nada más.
Al día siguiente, él me llamó para decirme que estaba con su pareja, que ella estaba escuchando en altavoz, y que querían reunirse conmigo de inmediato para “aclarar todo”. Le respondí que ya había terminado mi turno y que no correspondía una reunión fuera del horario laboral. Insistió en ir a la sucursal, donde yo también vivía, porque el local y mi habitación estaban en el mismo edificio. Durante meses esa situación había sido un problema: aprovechaba eso para pedirme que recepcionara pedidos de gas, servicios o encargos fuera de mi horario, sin ningún tipo de compensación. Le dije que no, que no iba a aceptar una reunión privada con su pareja ni fuera del horario de trabajo, y que lo que estaban haciendo me parecía una falta total de respeto y de límites.
Después de eso, su pareja me escribió directamente por WhatsApp. Su mensaje decía:
--- “Hola buenas tardes, soy Mengana, bueno eso ya lo sabes, quizá mi mensaje sea inapropiado y no sea correcto, ayer pasaron cosas con Fulano que no me gustaron y estoy bastante incómoda... Fulano te llamó temprano para ofrecerte una disculpa, pero en realidad mi intención era conversar contigo de una manera respetuosa pero veo que él tenía otra forma de pensar. Ya que no deseas hablar en persona y tampoco él desea que nos sentamos a conversar entonces te voy a explicar. Directamente quizá no tengas culpa en esto pero sí de manera indirecta. Desde ya meses atrás me he dado cuenta que él te escribe cada que toma y que está ebrio. A veces te escribe de manera irrespetuosa, otras en bromas. Hasta ahora, como el día de ayer que estaba borracho. Y como comprenderás soy su pareja y a mí me toca aguantarle todas sus faltas de respeto y todas sus malas acciones. Yo soy la que carga con todo eso y la verdad estoy cansada de esta situación porque para empezar a mí me hace pensar mal y me crea ideas sobre ti, quizá equivocadas, no lo sé. Pero tú también eres mujer, si tuvieras una relación de convivencia y una pareja que tiene problemas de alcohol y que constantemente se comunica con una mujer, y no para de llamar o escribirle en esos momentos, imagino que quizá también te sentirías incómoda. Pues es lo mismo que estoy pasando yo. Por otro lado, de manera respetuosa te voy a pedir que por favor sepas respetar los espacios de trabajo. Toda persona tiene una vida propia y personal. Días atrás he tenido muchos problemas con Fulano por ti, y te explico por qué: porque estás constantemente llamando o escribiendo hasta de madrugada. Por un lado él se queja de ti, porque está cansado de que lo presiones (aparentemente), y por otro lado es necesario leer todas las sugerencias que le tienes que dar. Pero tienes que aprender a separar los espacios porque eso me está trayendo problemas con mi pareja. No creo que entre él y yo se solucionen las cosas porque tengo una gran desconfianza que él mismo ha creado con su comportamiento, con su alcoholismo. Estas cosas quise hablarlas contigo en persona, sin necesidad de gritar ni nada, solo conversar, pero bueno... En fin, quise decir más cosas, pero dije lo necesario, espero aprendas a solucionar tú misma los problemas que tienes en el restaurante sin estar incomodando constantemente. Que tengas un buen día.”
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Le respondí con calma. Le escribí que no me parecía pertinente inmiscuirme en temas personales, y que si estaba sosteniendo difamaciones esperaba que tuviera pruebas, porque como mujer soltera y en un puesto nuevo debía cuidar mi reputación. Le expliqué que en esa ocasión yo había puesto mi brazo para evitar cualquier malentendido, y que, más allá de eso, su pareja mantenía un control total sobre cada decisión en el negocio: las campañas, los horarios, los diseños, incluso las reuniones que él mismo convocaba a medianoche. Le recordé que mi único interés era cumplir metas y abrir el nuevo espacio, no involucrarme en la vida privada de nadie.
Después de eso, él me pidió disculpas. Dijo que lo iba a solucionar. Pasaron los meses, y hace poco, una noche a las diez, volvió a llamarme fuera del horario de trabajo. Me dijo que había terminado con su pareja hacía tres semanas, que ella se había ido hace cinco días, y que estaba tratando de reconciliarse. Me contó que una de las condiciones que ella le había puesto para volver era que él, ella y yo nos reuniéramos para que él se disculpara y “aclaráramos todo”. Y si no, que yo ya no siguiera trabajando.
Le respondí que no iba a aceptar eso. Me insistió, me pidió que por favor me quedara, que solo sería una reunión, pero le dije que no. Sobre todo porque ya no se estaban cumpliendo los acuerdos: yo estaba haciendo más de lo que habíamos pactado, y los proyectos nuevos nunca se concretaban. Yo planificaba, él no aprobaba nada, y al final me tenía como cajera y mesera, pese a que tengo estudios y una especialización en marketing. No viajé fuera de mi región, lejos de mi mamá y de mi gato, para terminar en un puesto donde mi trabajo y mi salud no eran respetados.
Aunque los horarios se redujeron de cinco a once y las ventas mejoraron, yo no me sentía bien. Le dije que prefería quedarme hasta fin de mes y después irme. Y ahora estoy contando los días para hacerlo. Me siento decepcionada. Siento que jugaron con mis esperanzas.
Tengo una enfermedad crónica que no se ve, pero que me acompaña todos los días. Los tratamientos son caros, los suplementos también, y cada recaída me recuerda lo difícil que es sobrevivir cuando el sistema laboral no está pensado para los cuerpos cansados. A veces se cree que una persona así no se esfuerza, pero en realidad hacemos el doble, solo que a un costo silencioso.
Comparto esto de forma anónima porque sé que hay más personas en situaciones parecidas: cargando con promesas rotas, falsas culpas o entornos que no comprenden los límites del cuerpo ni de la dignidad. Estoy agotada, pero todavía tengo esperanza. Sé que con mi experiencia, mi formación y mi constancia puedo encontrar un espacio donde crecer sin tener que justificar mi cansancio ni mi integridad.
También me gustaría poder vivir de lo que hago en redes, crear contenido educativo y de comunicación. Porque más allá del cansancio, lo que me queda es eso: seguir intentándolo, pero esta vez, desde un lugar más sano.