El infierno de las big4
Yo tenía poco más de veinte años cuando comencé a trabajar en una reconocida firma internacional de auditoría, una de las famosas Big4, cuyas marcas se asocian con los colores amarillo y gris. Aún estaba en la universidad y, como muchos, me dejé llevar por el encanto del discurso: "Aquí vas a aprender, vas a crecer, esta es una escuela para tu profesión". Estas empresas suelen contratar jóvenes sin experiencia para explotarlos bajo la premisa de que es una "escuela" donde formarás una carrera hasta llegar a ser socio de auditoría.
Con el tiempo, me acostumbré a las interminables jornadas. Noches, fines de semana, feriados... todo era parte del "sacrificio" necesario para ascender. Nunca hubo pago extra por esas horas, pero yo creía que estaba invirtiendo en mi futuro.
Después de varios años, ascendí a un cargo con más responsabilidad, como senior de auditoría. Me sentía orgullosa... pero también agotada. Justo entonces llegó la pandemia. El caos fue inmediato: llamadas de mi jefe a las tres de la mañana para pedirme correcciones "urgentes", reducción de sueldo para "mantener a flote la empresa" y una carga de trabajo que no parecía tener fin.
En mi país se implementaron restricciones de circulación durante la pandemia. Podíamos salir a la ciudad desde las 6 a.m. hasta las 10 p.m.; pasado ese tiempo, había militares resguardando la ciudad y cero circulación incluso en auto. Aun así, los socios de la firma nos obligaron a regresar a la oficina. Decían que el teletrabajo no funcionaba, que la gente "no trabajaba como debía". Algunas noches salía de reuniones virtuales pasadas las diez, sin transporte disponible, y terminaba trabajando hasta las seis de la mañana, solo para dormir dos horas y regresar a la oficina. Obviamente, mis gerentes no nos dejaban terminar la reunión antes para ir a casa; todo debía continuar porque, si no, perdíamos el hilo de la revisión que estábamos haciendo.
Este ritmo de trabajo se intensifica al acercarse las fechas de entrega de informes de auditoría. Al terminar los informes, todo pasa por una cadena de revisión: asistente a senior, senior a gerente, y gerente a socio. Cuando el informe se emitió, llegaba una revisión de calidad internacional y precisamente revisaban las empresas que mi equipo y yo auditamos. Una de las empresas era muy pequeña y estaba en proceso de liquidación. Por la carga de trabajo, le pedí a un asistente que se encargara de gran parte de esa auditoría. Los errores que cometió eran mínimos: un par de archivos duplicados, una nota mal redactada.
Antes de comenzar la revisión de calidad con la gente de la casa matriz, uno de los socios de mi país decidió revisar cada empresa y cada papel de trabajo. En la empresa pequeña encontró algunos errores que eran mínimos. El socio encontró un texto cuya redacción no le gustó (y sí, era poco claro pero se podía justificar) y explotó. Comenzó a gritar, a insultar, a preguntar quién lo había hecho. Me llené de ira y valor y dije: "Ese trabajo lo hicimos todos como equipo", pero él insistía en que le diera un nombre. Me negué. Me quitó la computadora, revisó el registro y, al ver el nombre, me lanzó el equipo golpeándome la mano y dijo: "¿Acaso eres tan inútil que no puedes darme un nombre?". Estas reuniones fueron así por varios días, con insultos, golpes en la mesa, etc. Hasta que llegaron los verdaderos revisores de calidad y entendieron todo. Nos dieron puntos de mejora, ¡pero todo bien! Lo más irónico es que, al final, la revisión resultó en la mejor calificación de toda la región. El mismo socio que me había humillado apareció sonriente, con un pastel, diciendo que éramos "un gran equipo" y que todo puede funcionar cuando trabajamos juntos apoyándonos unos a otros.
Yo, en cambio, estaba rota. Me diagnosticaron burnout y empecé medicación para la depresión y ataques de ansiedad que cada vez eran muy intensos. Cuando pude, renuncié. Pasé a otra firma de las Big4, el ambiente parecía más amable, pero la explotación era la misma. Mis ataques de ansiedad regresaron y decidí salirme definitivamente de ese mundo.
Hoy trabajo como contadora en una empresa donde respetan mi tiempo, donde puedo respirar. Incluso te animan a hacer ejercicio y tomar días libres. Para algunos excompañeros e incluso mis exjefes, salir de auditoría es "fracasar". Lo curioso es que ahora ellos son mis auditores. Y yo, que estuve de su lado, reconozco perfectamente cuando mienten o no entienden lo que hacen. He señalado sus errores frente a sus propios jefes.
Hace poco, mi empresa decidió cambiar de auditores por decisión de la casa matriz. Esa firma perdió un contrato importante. Mis líderes preguntaron si estaba de acuerdo en cambiar de firma y, esta vez, les dije que sí.