Me vas a matar de un infarto y mi espíritu te atormentara por siempre
En julio de 2024, comencé a trabajar en un mayorista de librería y juguetería. Era una empresa familiar, y tras dos entrevistas con la gerente y su padre, me contrataron para un puesto de media jornada. La paga no estaba tan mal y me ayudaba a cubrir mis gastos. Sin embargo, con el tiempo, la gerente mostró un trato muy malo. Si cometías un error, te gritaba y te trataba mal, incluso frente a clientes. Su padre era igual, al punto de hacerte llorar.
Un día, la gerente me pidió una tarea. Me aseguré varias veces de que estuviera bien hecha. Cuando fue a revisar, se enojó, golpeó su escritorio y me dijo: "Me vas a causar un infarto y cuando me muera, me voy a aparecer en tu casa por la noche, para que no puedas dormir nunca más". Le mostré que la tarea estaba bien y se calmó, pero no se disculpó.
En otra ocasión, el padre me asignó tres trámites en un banco, lo que requería tres viajes. Pedí hacerlo en uno solo para ser más eficiente, y él amenazó con despedirme. Los empleados con más tiempo me dijeron que siempre había sido así, así que me limité a hacer lo mínimo.
Durante un paro de transporte en Argentina, los dueños organizaron un grupo de WhatsApp para coordinar cómo recoger a los empleados. No me incluyeron y me enteré al día siguiente. Al preguntar por qué no fui notificado, me respondieron: "Nosotros no mandamos mensajes, si tenemos que notificar algo, lo hacemos en el momento, cara a cara. Pensamos que tenías movilidad propia, así que no te tuvimos en cuenta".
Ese mismo día, renuncié a través de la oficina de correos y al día siguiente les llevé el telegrama de renuncia como sorpresa. Me pidieron explicaciones y respondí que mi salud mental es lo primero.