La bruja
Estuve trabajando en una institución gubernamental donde pasamos mucho tiempo sin subjefe, ya que no había personas de confianza política para ocupar ese cargo, a pesar de que yo tenía un máster y llevaba cinco años en la institución. Entre las malas prácticas que observé, llegó una compañera nueva con un mejor sueldo que otro colega que también tenía un máster y llevaba tres años trabajando. Ambos realizaban el mismo trabajo, pero ella tenía menos estudios.
Finalmente, llegó una mujer como subjefa, trasladada de otra área. Más tarde nos enteramos de que venía con malas calificaciones, pero como suele suceder en el sector público, eso no es motivo de despido. Su llegada trajo una presencia muy negativa. Tuvimos nuestra primera discusión cuando levanté una alerta sobre un error en un informe realizado antes de su llegada y solicité la corrección. Ella se enfureció y comenzó a gritarme, pensando que el informe estaba bien. Le pedí que se calmara y me dejara explicarle los errores. Esto fracturó nuestra relación desde el principio.
Tenía la costumbre de no copiarnos en los correos y, cuando llegaba por la mañana, saludaba mucho tiempo después de instalarse. Durante el beneficio de teletrabajo, le dijo a una compañera que la consideraba abusadora por postular, a pesar de que cumplía con los requisitos. Esto generó tensión en el ambiente, y mi compañero comenzó a hablar mal de ella a sus espaldas por su apariencia, aunque no comparto esa actitud. Finalmente, él se fue y yo tuve que tomar una licencia psiquiátrica debido a la agonía por los malos tratos. Con la terapia, aprendí a poner límites.
Al regresar de mis vacaciones, le dije que mi licencia fue producto de nuestra mala relación y esperaba un nuevo comienzo. Nos abrazamos y comenzamos de nuevo. Sin embargo, su forma de hablarme seguía siendo irrespetuosa. Por ejemplo, al regresar de vacaciones tenía tres tareas pendientes y, cuando le expliqué que estaba trabajando en ellas, me respondió con sarcasmo. Decidí que toda comunicación sería por correo. Pasé tres meses sin saludarla hasta que su actitud cambió un poco y volví a saludarla. Era extraño enviar correos todo el día sin hablar físicamente con ella. Creo que me tenía envidia, ya que sus correos eran confusos y me llamaban a mí para que los explicara.
Después de dos años buscando trabajo, estudiando y obteniendo acreditaciones, logré cambiar de empleo. En mi último día, ella no estaba por razones personales, así que me despedí sin su presencia. Cuando le comuniqué mi decisión, me deseó suerte. Hoy llevo poco tiempo en mi nuevo trabajo, pero ya no siento la hostilidad que viví durante dos años. Espero que las subjefaturas me respeten y aprecien mi trabajo, pero cuando me di cuenta de que ella nunca valoraría lo que hiciera, dejé de importar su opinión.
En mi nuevo trabajo gano más que ella y es un desafío. El ambiente es cordial y estoy muy feliz de vivir este nuevo camino. Afortunadamente, está cerca de mi antiguo trabajo, así que puedo ver a mis amigas con frecuencia.