Mi primera experiencia laboral en tecnología: un aprendizaje duro, pero valioso
A los 21 años, mientras estudiaba informática en un instituto público, tuve la oportunidad de ingresar como pasante a una de las pocas empresas grandes de tecnología de mi ciudad. Fue gracias al apoyo de mis profesores y a mis buenos resultados académicos. En ese momento, entrar a una de esas empresas era casi un privilegio: había pocas oportunidades y los procesos de selección eran muy exigentes.
Al principio, todo parecía ir bien. A pesar de estar parcialmente en negro, como muchos empleados, podía combinar el trabajo con el estudio sin mayores complicaciones. Con el tiempo, adquirí experiencia y responsabilidades: pasé de colaborar en tareas básicas a liderar proyectos, organizar equipos, manejar tiempos y recursos, hablar con clientes y tomar decisiones importantes.
Sin embargo, ese crecimiento profesional vino acompañado de una realidad más cruda. Empecé a notar que los proyectos estaban mal planificados desde arriba: se asumían plazos irreales, se subestimaban complejidades técnicas y se negociaban tecnologías desconocidas para el equipo. Todo bajo la frase común: "esto es algo rápido, en un par de meses lo sacamos".
Uno de esos proyectos terminó con varios meses de retraso, y el cliente, comprensiblemente, estaba furioso. El CEO de la empresa, socio estratégico del cliente, me pidió que me preparara para una reunión. Le mostré gráficos, estimaciones, tareas y el porqué del desborde: el alcance del proyecto había cambiado radicalmente. Lo que comenzó como un sitio web, terminó incluyendo un sistema de sincronización con una base de datos cerrada.
El CEO me agradeció el material y me dijo que al día siguiente no hablaríamos del retraso, sino que destacaríamos la calidad del producto entregado. Pero en la reunión ocurrió lo contrario: él llevó la conversación por donde dijo que no lo haría y me expuso directamente para dar explicaciones técnicas frente al cliente, sin defenderme ni acompañarme. Sentí que me dejaron solo.
A pesar de todo, el proyecto continuó, pero fui desplazado hacia otras tareas. La situación se volvió insostenible: promesas incumplidas, jornadas laborales interminables, y frases vacías como "ponete la camiseta" o "quedate unas horas más y después te doy días de vacaciones", que nunca se concretaban.
Aun así, seguí creciendo. Aprendí nuevas tecnologías, capacité a mis compañeros y rehice completamente el sitio web de la empresa. Cuando lo presenté ante todos, encendí la cámara y anuncié que ese era mi último día. Me fui sabiendo que había dado todo, pero también con la certeza de que merecía un entorno más sano.
Fue una de las peores experiencias laborales que tuve, pero también una de las que más me formó. Aprendí sobre liderazgo, límites y lo que quiero —y no quiero— en un equipo. Y, sobre todo, aprendí que el talento joven no debe ser explotado ni subestimado.