Me ascendieron para callarme, y me despidieron por poner un límite

Por: Anónimo • Industria: Comerciohace alrededor de 2 meses

Entré a trabajar a una tienda de ropa en un shopping cuando tenía 24 años. Durante mi período de prueba me tocó cubrir varios feriados y fines de semana, y cuando me liquidaron el sueldo, noté que no me habían pagado nada extra por esos días, solo las horas normales. Consulté, y la jefa me dijo —con total seguridad— que en los shoppings había una especie de “ley interna” que decía que los feriados no se pagan.

Red flag.

Pasaron los meses. Con mis compañeras nos hicimos muy amigas y empezamos a investigar: Nos hacían trabajar 8 horas todos los días, teníamos solo 4 francos al mes (los otros 2 directamente ni los pagaban), nunca nos liquidaban feriados, ni horas extra, y los fines de semana era como si no existiera ningún tipo de reglamento. Todo era absolutamente irregular.

Decidimos organizarnos y pedir una reunión con el contador y los dueños. Queríamos hablar, expresar lo que pasaba, buscar un arreglo.

Pero en la reunión se pusieron como locos. El contador estaba completamente fuera de sí, y la única que terminó admitiendo que algo no estaba bien fue una señora encargada de liquidar sueldos (claramente presionada). Pensamos que eso iba a marcar un cambio.

Error.

A partir de ahí, empezó lo peor: Nuestra jefa comenzó a hostigarnos a través de las cámaras de seguridad. Cuestionaba cada movimiento, exageraba los horarios, inventaba escenas. Un control permanente.

Con el tiempo la situación pareció calmarse y yo continué trabajando. Incluso me ascendieron a encargada.

Llegaron nuevas compañeras al local, pero ahí me di cuenta de otra cosa: yo era la única a la que le pagaban los sábados y los feriados. Cuando le pregunté a mi jefa si eso no era injusto, me respondió que si decía algo, me sacaba ese “beneficio”.

Los aportes tampoco estaban bien. Nos decían que el sistema de la página de AFIP “funcionaba mal”, pero la realidad es que no estaban haciendo los aportes como correspondía. Más de una vez nos dieron de baja de la obra social sin avisar, y cuando reclamábamos, minimizaban todo.

Hasta que un día, vino el Ministerio de Trabajo. La inspección fue por varios motivos: pagos mal hechos, bonos de sueldo inconsistentes, irregularidades en las liquidaciones.

¿La reacción de los jefes? Hacer una reunión para avisarnos que:

Nos quitaban el único domingo libre que teníamos por mes.

No podíamos pedir días para turnos médicos, a menos que fuera por vacaciones.

No podíamos cambiar turnos con compañeras: si no podíamos ir, perdíamos el turno.

Y que “todo iba a ser así hasta que dejáramos de ir al Ministerio”, porque estaban convencidos de que alguna de nosotras había hecho la denuncia (spoiler: no fue ninguna).

El nivel de estrés y desgaste emocional ya era insostenible.

Después de eso, volvió el hostigamiento. Capturas de pantalla, videos del local, llamados de atención por cualquier cosa. Un día me llamó por usar el celular. Le expliqué que estaba resolviendo un tema del trabajo, que no daba más, que veníamos saturadas. Me acusó de mentirosa. Me largué a llorar y decidí no responderle más mensajes.

Ese mismo día me despidieron. La causa: usar el celular y “no acatar la autoridad”.

Nunca tuve apercibimientos, ni advertencias, ni suspensiones. Hacía años que trabajaba ahí, llevaba todo el local al hombro y siempre hice mi trabajo perfectamente.

Y como broche de oro: Se metían en nuestra vida personal. Revisaban nuestras redes sociales, hacían comentarios sobre nuestra vida privada, cruzaban todos los límites.

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