De una red flag a otra. Me despidió porque tenía hijos.

Por: Anónimo • Industria: Otrohace alrededor de 2 meses

Tenía un empleo como analista de auditoría interna, donde el ambiente era hostil, especialmente entre las compañeras. Por suerte, el gerente era una buena persona, respetaba mis tiempos de aprendizaje y me respaldaba; siempre destacaba mi trabajo y me decía que lo hacía muy bien. Sin embargo, mis compañeras no perdían oportunidad para desmerecerme: decían que no entendía nada y que no servía para el puesto. Después de mucho aguantar, renuncié.

Al mes, recibí una oferta de una de las grandes consultoras para ser auditora interna semi senior —el puesto que siempre había querido. En la primera entrevista con RRHH todo fue excelente, sentí buena conexión y que les gustaba mi perfil. Pero cuando llegó la entrevista con la gerente con quien iba a trabajar, la cosa cambió. Al principio la charla fluyó bien: le conté quién era, por qué me interesaba el puesto y cuáles eran mis objetivos. Todo coincidía con lo que ella buscaba.

De repente, empezó a contarme su vida personal: que tenía dos hijos, que estaba organizada con la señora que los cuidaba, quien se encargaba de llevarlos al colegio, despertarlos, hacerles el desayuno, el almuerzo, etc. Luego, comenzó a indagar sobre mi vida. Yo, bien intuitiva, supe leer la energía: era una señal de alerta disfrazada de simpatía.

Respondí con educación, hasta que lanzó la pregunta: —¿Y qué vas a hacer con tus hijos mientras vienes a la oficina?

Me quedé helada. ¿Qué esperaba que dijera? Con una sonrisa le mentí diciendo que iban a la escuela doble jornada y que mi mamá los retiraba.

Ingresé como empleada el 24 de febrero. Era un puesto híbrido, que en la práctica terminó siendo casi remoto. A los 10 días, me planteó que estaba preocupada. No por mis tareas, sino porque "tenía miedo" de que no respetara el horario de 9 a 18. Me llamaba a las 8:55, a las 12:55 y a las 17:55, como si el objetivo fuera que no pudiera almorzar ni irme a tiempo. Durante las reuniones virtuales, tomaba control de mi computadora, respondía correos por mí y reorganizaba mi Outlook a su gusto. No me permitía tomar notas ni participar activamente.

Finalmente, me despidió a los dos meses. ¿La razón? Que seguía teniendo miedo de que no cumpliera el horario. Sabía que todas esas señales eran de alerta, pero acepté el trabajo como un puente: una oportunidad para ganar experiencia, abrir puertas en otras industrias y mejorar mi salario. A veces, dar ese paso intermedio también es parte del camino.

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